Giuseppe Meazza, nacido en Milán en 1910, es una de las figuras más emblemáticas del futbol italiano.
Su legado como líder de la selección azzurra en las Copas Mundiales de 1934 y 1938 sigue resonando en la historia del balompié.
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Conocido por su habilidad para desequilibrar defensas, Meazza no solo fue un goleador excepcional, sino un símbolo de resiliencia y astucia en el campo.
Su infancia estuvo marcada por la tragedia: perdió a su padre en la Primera Guerra Mundial en 1917. Desde pequeño, el futbol fue su refugio y estaba obsesionado con dicho deporte.
“Yo ya estaba obsesionado con el futbol. Mi pobre padre, justo antes de perderlo, trató de darme un rifle para el día de San José, pero me rebelé. No paré de rodar por el suelo y gritar, yo quería una pelota”.
Giuseppe Meazza
Sin recursos, jugaba con trapos enrollados, enfrentándose a la oposición de su madre, quien escondía sus zapatos para impedirle jugar.
En 1934, Italia albergó el Mundial bajo la mirada de Benito Mussolini, quien vio en el torneo una oportunidad para exhibir el poder de la nación italiana.
Meazza, entonces estrella del Inter, llegaba en un mal momento: una racha de lesiones lo había dejado sin goles en los últimos ocho partidos de la temporada.
Su estado de depresión era tan grande que suplicó a su entrenador Vittorio Pozzo que lo dejara en casa. Sin embargo, el técnico confió en él, y Meazza respondió con creces.
En el debut contra Estados Unidos, rompió una sequía goleadora con un tanto en la victoria 7-1. En Cuartos de Final contra España, su actuación fue decisiva. Tras un empate 1-1, donde se le acusó de cometer una falta sobre el portero Ricardo Zamora, Italia ganó 1-0 en el desempate con un gol suyo.
En la Semifinal contra Austria, marcó el único tanto, aprovechando un choque con el portero para facilitar el gol de Enrique Guaita.
En la Final contra Checoslovaquia, pese a una lesión, asistió en la prórroga para el gol decisivo de Angelo Schiavio, asegurando el título y ganando el Balón de Oro como mejor jugador.
En 1938, Meazza, ya capitán, asumió un rol más profundo, dejando el protagonismo goleador a Silvio Piola.
En la Semifinal contra Brasil, marcó un penal memorable mientras sostenía sus shorts rotos, como recordó Pietro Rava: “Peppino agarró sus pantalones con la mano izquierda y, con su destreza, envió la pelota hacia la esquina”.
En la Final contra Hungría, bajo la presión del telegrama de Mussolini “¡Vincere o morire!”, Meazza asistió en los goles de Piola y Colaussi, sellando el 4-2 que dio a Italia su segundo título consecutivo.
Vittorio Pozzo llegó a comparar la presenciade Meazza en los partidos con empezar cada duelo con un gol de ventaja, mientras Aldo Olivieri dijo que era como jugar con 12 hombres, ya que los equipos oponentes a menudo asignaban dos o tres personas para que lo marcaran.
Tras sus actuaciones en el campo de juego, se dijo que Mussolini le había comentado a Meazza que él había hecho más por el país que cualquiera de sus embajadores.