Sergio “Gaucho” Ávila fue una de las grandes promesas que surgieron de las fuerzas básicas de las Chivas en los años 2000. Con apenas 19 años debutó en el primer equipo y pronto llamó la atención por su técnica, velocidad y visión de campo. Muchos lo veían como el heredero natural de Adolfo “Bofo” Bautista en el mediocampo rojiblanco.

Su talento era evidente, pero su carrera no tuvo el desarrollo que se esperaba. Aunque formó parte del plantel campeón del Clausura 2006, su participación fue limitada y poco a poco perdió protagonismo. Las lesiones y los cambios de técnico afectaron su continuidad, y con el paso del tiempo su nombre fue desapareciendo de las convocatorias.

El “Gaucho” intentó retomar su nivel en San Luis y Querétaro, pero sin éxito. Poco antes de cumplir 30 años decidió retirarse del futbol profesional. Hoy, a los 39, reconoce que su salida no fue por falta de condiciones, sino por un sentimiento que lo sobrepasó: la vergüenza. “Sentía pena de no estar a la altura, me dolía que me recordaran por lo que prometía y no por lo que logré”, confesó.

Su historia refleja la presión que viven muchos jóvenes futbolistas en México. La fama llega rápido, pero las oportunidades se desvanecen igual de pronto. Ávila cargó con las expectativas de una generación que soñaba con verlo triunfar, y eso terminó pesándole más que cualquier lesión.

Lejos de las canchas, el exjugador ha encontrado estabilidad personal y profesional. Aun así, admite que el futbol sigue siendo una parte esencial de su vida. “Siempre será mi pasión, pero tuve que aprender a vivir sin él”, dice con madurez quien alguna vez fue llamado la joya de Chivas.

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