La segunda edición de la Copa del Mundo estuvo marcada por la relación inseparable del futbol y la política. Se llevó a cabo en la Italia fascista del dictador Benito Mussolini, quien habría sobornado a los dirigentes de Suecia de retirar su candidatura como sede dos años antes.
Il Duce utilizó la Copa del Mundo para promover su régimen mientras la FIFA se vio forzada a implementar un nuevo formato de clasificación, en el que 31 países compitieron por los 16 lugares disponibles. Uruguay, campeón vigente, no jugó.
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Los partidos se llevaron a cabo en los siguientes estadios: el Nacional del Partido Nacional Fascista en Roma, sede de la gran final, el San Siro de Milán, el estadio Littoriale de Bolonia, el estadio Giovanni Berta de Florencia, el estadio Luigi Ferraris de Génova, el estadio Benito Mussolini de Turín, el estadio Littorio de Trieste y el Giorgio Ascarelli de Nápoles.
Italia comenzó su participación con una aplastante goleada (7-1) sobre Estados Unidos en Roma. En cuartos de final contra España, el árbitro René Mercet expulsó a un futbolista ibérico y no juzgó con la misma vara las constantes agresiones del conjunto local, que en semifinales venció a Austria (1-0) sin mostrar aún su mejor versión.
Mussolini no fue un extraño durante el desarrollo del torneo. Con sus hijos siguió a la Azzurri a todos los estadios, mismos que fueron adornados con enormes carteles de propaganda con imágenes de Hércules; el pie puesto sobre un balón y el brazo extendido tal como se hacía el saludo fascista.
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A Italia le tocó enfrentarse con Checoslovaquia en la gran final, disputada el 10 de junio de 1974 en el estadio Nacional del Partido Nacional Fascista. En la antesala del partido, Mussolini le hizo llegar un mensaje al entrenador del equipo, Vittorio Pozzo, y a uno de los referentes del futbol italiano como Giuseppe Meazza. “Vencer o morir”. No tenían otra opción.
El ingreso de los equipos al campo de juego fue acompañado por una banda militar que tocó una selección de himnos fascistas, mientras el público agitaba pañuelos y ovacionaba al Duce.
La final fue condicionada de principio a fin. El sueco Ivan Eklind fue el árbitro de la misma y en la primera parte no cobró un penal de Luis Monti sobre Oldrich Nejedly.
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Finalmente Italia ganó 2-1 gracias a los goles de Raimundo Orsi y Angelo Schiavio en la primera final definida en tiempo suplementario. Con la victoria en sus manos, Mussolini tenía preparada toda una coreografía para mostrarle al mundo la gloria italiana en su máximo esplendor.
Por eso, mandó a fabricar otro trofeo además del Jules Rimet. Este se llamó "la Coppa del Duce", una escultura de bronce seis veces más grande que el trofeo oficial, la cual fue entregada al portero y capitán Gianpiero Combi.
Los jugadores italianos fueron "recompensados" con una fotografía autografiada por el propio Mussolini y una medalla de oro del partido fascista.
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