La gran final de la primera , la de Uruguay 1930, se disputó entre el equipo anfitrión: Uruguay, y su vecino más querido y odiado: Argentina.

Pero había un invitado especial, que vivió el juego de otra manera, con todo y sus precauciones, su nombre, John Langenus, el primer árbitro que dirigió la primera final.

Uruguay y Argentina llegaron con todo merecimiento al juego por el título.

Los argentinos ganaron el Grupo A, superando a Francia (1-0), México (6-3) y Chile (3-1).

En semifinales golearon 6-1 a Estados Unidos y estuvieron listos para la final.

Los uruguayos, los anfitriones, dominaron su grupo, que sólo fue de tres equipos, debido a que varios clubes europeos se negaron asistir al evento de última hora.

Derrotaron por la mínima a Perú y golearon a Rumania 4-0. Y en las semifinales no tuvieron problema y superaron a Yugoslavia 6-1.

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LA FINAL

Y llegó la gran final. El día marcado fue el 30 de julio de 1930 en el estadio Centenario de Montevideo, y el árbitro escogido para dirigir este partido fue John Langenus de Bélgica.

Langenus, como muchos silbantes, decidió hacerse árbitro al saber que sus cualidades no daban para ser futbolista, además de que había sufrido una fuerte lesión en un pie que no le permitía estar al 100 por ciento.

Pero su carrera no comenzó como lo esperaba, ya que reprobó el primer examen para ser silbante, al no contestar la siguiente pregunta: “¿Qué se tiene que hacer si el balón golpea un avión que pasa por encima de la cancha?”.

Tres meses después regresó y contestó el examen sin error alguno.

Ese no fue su máximo error. Cuenta la leyenda, que, al dirigir un partido entre el Bruselas y el Brujas, se le olvidó poner en marcha su reloj, y cuando se dio cuenta, el partido ya llevaba bastante tiempo de iniciado. Pitó el final de la primera parte según sus cálculos y, ya para el segundo tiempo, puso en marcha su cronómetro.

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RUTA DE ESCAPE

Cuando fue designado para dirigir la final, John Langenus sólo puso una condición: “Necesito un auto listo, con una ruta de escape libre, para poder llegar al barco”, que lo esperaría para llevarlo a su país. Langenus había estado presente en varios juegos de los sudamericanos, desde los Juegos Olímpicos de Amsterdam en 1928, sabía que por la gran rivalidad que existía entre los países, el juego se podía salir de control.

No estaba para nada equivocado.

Antes de iniciar el encuentro se generó un conflicto. Ambos equipos querían que se jugara con su balón, en ese tiempo no había una marca oficial para el Mundial, pero el belga lo solucionó sabiamente. Se jugaría cada tiempo con el balón de un equipo. Obviamente que hubo sorteo para ver qué pelota iniciaba.

El juego por el título de la primera transcurrió con tranquilidad. El único pecado que se le achaca a Langenus fue que el gol del empate transitorio de Argentina, se dice, era un fuera de lugar, pero aparte de eso, la superioridad de Uruguay fue manifiesta al ganar 4-2.

Se desconoce si el belga John Langenus utilizó el vehículo y tomó el barco que lo esperaba para regresar a su país, pero lo que sí se sabe, es que se fue tranquilo, con el orgullo del deber cumplido.

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