Y la historia cuenta lo siguiente.
Brasil acaba de marcar el gol que le daba la ventaja en el último juego del Mundial de 1950. El estadio Maracaná hervía de emoción con el tanto de Friaca, al iniciar la segunda parte. Los locales, los anfitriones de la Copa del Mundo, la primera después de los incidentes de la Segunda Guerra Mundial, sólo necesitaban el empate para proclamarse los mejores del planeta.
Nadie dudaba que lo iban a conseguir.
Pero Obdulio Varela pensaba diferente. El capitán de Uruguay, el “Negro”, el “Jefe”, un hombre moreno, fuerte, con sangre africana, gallega y griega corriendo por sus venas, tenía otra visión.
Roque Máspoli, el portero uruguayo, se lamentaba de la anotación, los jugadores uruguayos no podían escucharse por el ruido que hacían más de 200 mil personas gritando en El Maracaná, y se daban por derrotados.
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Pero Obdulio no lo vio así. Tomó el balón con sus manos, lo puso bajo su brazo, se negó a dárselo al árbitro con el que peleó, a gritos, por algunos minutos… Y se enfrentó al Maracaná mirándolo en forma retadora. Nada lo podía intimidar. Pasaron los segundos, los minutos, y nada lo movía. La algarabía, lo sabía Obdulio, se acabaría…. Su paciencia calmó a la afición. Sólo entonces se dirigió al centro de la cancha y permitió que el juego se reanudara.
Gritó a sus compañeros. Arengó a su equipo. A algunos los amenazó con sólo la mirada, y dijo: “No piensen en la gente, no miren para arriba. El partido está en la cancha y si ganamos no va a pasar nada. Somos once contra once. El juego se gana con huevos en la punta de los botines”.
Ya había ganado. Los goles de Juan Schiaffino y Alcides Ghiggia, fueron consecuencia de ese acto improvisado pero efectivo.
El juego acabó y los uruguayos festejaron, habían conseguido la hazaña de sus vidas. Maracanazo, lo llamaron.
Pero Obdulio no lo vio así. Volvió a mirar a la tribuna del Maracaná que ahora estaba en silencio. Vio a los hombres serios, bajando la cabeza. A las mujeres llorar y consolando a sus niños.
En el vestidor pidió a sus compañeros que lo dejaran en paz, que no quería festejar con ellos y cuando nadie lo vio, salió a las calles de Río de Janeiro a abrazarse y llorar con la gente brasileña, pues fue el único que se dio cuenta, la tragedia que había ocasionado, el dolor que les había causado.
¿QUÉ PASÓ CON OBDULIO DESPUÉS DEL MUNDIAL?
Obdulio regresó a su país como un héroe. Ya era respetado por liderar la primera huelga de futbolistas en su país, por mejorar sus derechos labores. Lo hizo antes del Mundial de 1950 y no hubo represalias, nadie se atrevió a hacerlo con Varela.
Siguió mandando y jugando en el Peñarol hasta 1955. Un año antes, en Suiza 1954, llevó a su equipo a jugar las semifinales. Uruguay acabó en cuarto lugar de esa Copa del Mundo.
En 1955, entró de cambio en un juego de la liga y vio que ya no podía correr, pelear igual. Al terminar este decidió retirarse y comenzar una breve carrera como entrenador.
Lo de él era mandar.
Por muchos años a Obdulio Varela se le podía ver caminando por las calles de Montevideo junto con su esposa Cata, con periódico en mano, sentado en un café, sentado en una banca, hablando con un chico, con alguien que lo reconocía, pero evitando a la prensa, porque sabía que todos le preguntarían sobre el Maracanazo.
Murió en 1996, seis meses después de que lo hiciera su mujer. El gobierno uruguayo dispuso honores de jefe de Estado en su partida.